A qué género literario pertenece la lectura :
Desde el muelle de madera abandonado, un hombre pesca en las aguas de una bahía donde se refleja un atardecer que intenta ser plateado. A lo lejos, una hilera de palmas; más acá, rocas grises, gigantescas, que han
(5) colocado para que el mar no se trague a la ciudad. Como agujas de tejer, cien gatos amarillos y negros entran y salen sincronizados entre las rocas. El hombre es pescador y se llama Delfín. La ciudad, multicolor, es amurallada y se llama San Juan. Sus casas coloniales se
(10) repiten en cien serigrafías, en un millón de postales, en la memoria de antaño de sus habitantes.
La bahía enlaza con el estuario donde hubo manglares, contrabando y conspiraciones. El agua fluye desde las lagunas en cuyo entorno la ciudad se ha
(15) expandido con puentes cortos y largas calles que unen islotes y encierran quebradas.
En resquicios de casas y edificios las palomas urbanas duermen; desde los márgenes de la ciudad, en bolsillos verdes de árboles que sobreviven, miran
(20) avizores los pájaros esperando el amanecer, que es amarillo. Ruiseñores y tórtolas, un puñado de pitirres, changos a granel, cotorras y, siempre, una garza blanca sola, como una conciencia limpia, sola, parada de mañana a la boca de un caño mirando estática los
(25) bordes de la ciudad.
Desde allí no se ven los multipisos, ni la cúpula
del Capitolio, ni la torre de la universidad, ni la antigua catedral; ningún edificio simbólico de calendario puertorriqueño es visible desde los linderos. Entonces
(30) la garza alza vuelo y aparece la ciudad, la que se ve y no se esconde, de guagüitas-restaurantes en donde todos
los días a las seis y quince en punto huele a café de verdad.
En punto de cruz está bordada la madeja de las (35) viejas azoteas; allí los postes de luz se multiplican
y lanzan guirnaldas de tendido eléctrico que anunciaron la modernidad hace 100 años. Amanece, y los porteadores de periódicos se han desplazado
a los cruces de las calles por donde circulan apenas
(40) tres autos, doce camionetas y una grúa. De pronto,
cien mil vehículos aparecen de todos lados y gritan, vociferan, que ese es predio suyo. En ellos van escolares con uniformes a cuadros, y cientos de oficinistas, maestros, estilistas, policías, banqueros y enfermeras;
(45) van abuelas, padrinos, nietos, amantes; agricultores en camiones rojos llenos de plátanos verdes, estudiantes en carros azules llenos de sueños dorados.
Y en una calle vecinal, frente a una casa rosa art déco y a un negocio de comida forrado de plástico
(50) anaranjado, una hilera de carros atascados donde van los arquitectos y los poetas, los únicos que sueñan
la ciudad. A veces configuran un mismo espacio y encuentran en un bolsillo urbano eficiencia y poesía; las más están en desacuerdo porque han cesado de
(55) mirar de igual manera. En un recodo, caminando de frente aparecen los pintores. Hace años que muestran la ciudad en cuadros majestuosos de cortinajes y almirantes, en intensos grabados de barrios calientes, de estatuas que sienten frío.
(60) La ciudad entre dos aguas tiene luces que no engañan, mano a mano, verso a verso, luz de luna o pinceladas. La ciudad vive azorada, la ciudad duerme insegura, como todas las ciudades; pero da cobijo
y ama al que aguanta y se recrea, al que siempre la (65) acompaña. Isla, mar, islote y casa, edificio colonial,
autopista que la cruza, gente de mal vivir, gente que la quiere bien, cinco siglos historiados en ladrillo y en acero, en adoquines y asfalto.
El pescador sigue en el muelle junto a la Puerta de (70) San Juan, la garza mira de lejos un barco cobrizo y rojo
entrando por la bahía; todo cambia cada siglo, medio siglo marca un cambio, olas verdes, cielo estaño, otras señas, otras vidas, otra garza, otro Delfín; el tiempo ya configura otro mapa y sus fronteras, la ciudad se delimita, infinita es la ciudad.